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Mensaje hechizo realizado Lun Nov 02, 2015 5:40 pm

Little Red Riding Hood
Atenas, Grecia | 31 de Octubre del 2012 | Qetsiyah Rogers

Giselle era la obra que se estaba presentando aquella noche de octubre en uno de los teatros más concurridos de Atenas, el escenario la Opera Nacional de Grecia. A decir verdad era una obra muy adecuada para tratarse de la noche de Halloween, pese a que aquella no era una celebración particularmente popular en Grecia. De todas formas, el director de escena y el coreógrafo habían acordado que como parte del tour incluirían aquella presentación exclusiva para la noche de brujas. Él no se había podido oponer, aunque en el fondo no se sentía del todo bien interpretando dicha obra, pues su última interpretación había sido con su difunta esposa Geraldine y eso lo perturbaba más de lo que podía admitir en voz alta, sin dejar de lado el argumento de la obra que no contribuía demasiado para su paz mental. La muerte jamás había sido un tabú para él, sin embargo, no era precisamente su tema favorito para tratar. Desafortunadamente, la mayoría de las obras contenían una que otra y por lo general trataban amores trágicos, como si no tuviera suficiente con su propia vida y desgracia.

El segundo acto terminó. La fuerza del amor que Giselle sentía en su interior había sido la salvación de Albrecht, dándole su aliento y haciéndole resistir vivo hasta la llegada del alba. Con el amanecer las Willis desaparecieron, saliendo de escena, y así Giselle tuvo que despedirse de su amado para siempre. Albrecht, su papel, trató inútilmente de retenerla, pero le resultó imposible. Giselle tuvo que seguir su triste destino, envuelta en esa maldición provocada por el engaño y la traición del hombre que amaba. Los acordes finales sonaron, mientras él se quedaba ahí solo en medio del escenario, y el telón caía momentáneamente para que los bailarines del elenco pudieran volver a escena, formando una hilera que eventualmente recibió la ovación del público.

Los aplausos y  unas cuantas flores que cayeron a los pies de los bailarines fueron el broche final de la obra. Hicieron unas cuantas reverencias más y cada cual se terminó dispersando según se le antojara o le correspondiera. La bailarina principal se vio obligada a pasar unas horas más en compañía del director, quien tenía ganas de presentarla a los inversores griegos que habían hecho posible el Tour, mientras que él se fue directamente a los vestidores, preocupado porque aquella noche sería noche de luna llena y por culpa del ensayo y los preparativos, no había podido tomarse antes la poción matalobos.

Así, con prisas, entró al camerino que le correspondía, tan solo para notar con cierto disgusto que dos bailarines estaban también metidos ahí. —Lo siento, Cole, en el de las chicas hubo un problema con un ratón y ya sabes que es la última noche que pasaremos aquí… —se excusó uno de ellos, mientras se cambiaba rápidamente. Él los miró y esbozó media sonrisa, encogiéndose de hombros. Entendía que los chicos traían prisa como para estar perdiendo tiempo en cosas como aquellas. Claro que él también tenía asuntos importantes que atender, con la diferencia de que los suyos eran de vida o muerte. Aun así, se comenzó a cambiar con ellos, esperando pacientemente a que lo dejaran a solas para tomarse la poción. Desgraciadamente, cuándo por fin parecía que todo estaba en orden y ya tenía incluso el contenedor de cristal en la mano, las puertas se abrieron de par en par, acompañadas del agudo grito de una de las bailarinas de nuevo ingreso. El susto y el sobresalto fueron tan repentinos que el brebaje se le cayó de las manos.

No… no está pasando esto —murmuró para sí, observando la posición esparcida por el suelo. No tenía otra a la mano e ir hasta el hotel sería un riesgo en caso de que no se pudiera controlar y se transformara en el camino. Frunció el ceño enojado consigo mismo. De ahora en adelante comenzaría a llevar repuestos, dos, tres, o un baúl entero para que eso no volviera a pasar. Sin embargo, en esos instantes no tenía alternativa. Podía arriesgarse o tenía que alejarse lo suficiente para no dañar a nadie.

… ¿Cole, me estás escuchando? —insistió la bailarina que había ignorado por completo tras el choque inicial. El hombre de veintiocho años volteó a verla con confusión y negó repetidamente con la cabeza al escuchar la propuesta que le hacía. —Lo siento, tengo otros planes —se excusó, tomando su chaqueta roja, y sin darle tiempo a decir nada más, tomó también su reproductor de música, se puso los auriculares y le dio “PLAY” a la canción Hooked on a feeling de Blue Swede. Por alguna razón que no se podía explicar esa letra y ritmo en particular le hacían calmarse y distraerse lo suficiente como para resistir el llamado de la luna. Se echó la mochila con sus pertenencias al hombro y abandonó el teatro sin despedirse de nadie. El cielo estaba nublado. Tenía que aprovechar para alejarse tanto como le fuera posible, no debía de estar cerca de la ciudad y de ninguna concentración de gente a la que pudiera lastimar. —Here goes nothing —se animó a sí mismo antes de echarse a correr a todo lo que le daban las piernas, esquivando gente al principio y terminando por adentrarse a lo que parecía primero un parque y que entre más se adentraba parecía ser un bosque. No conocía mucho de la geografía de Atenas, pero rogaba porque realmente se pudiera perder ahí adentro por un buen rato, todavía escuchando su canción favorita.
Cole W. Trudeau
Cole W. Trudeau
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Mensaje hechizo realizado Jue Nov 05, 2015 3:08 am

Big Bad Wolf
Atenas, Grecia | 31 de Octubre del 2012 |Cole Trudeau


Halloween, ¡Una hermosa fecha! Aunque en Grecia no fuera una festividad como tal, la pequeña pelirroja tenía un padre americano, donde celebrar la noche de brujas en esas fechas era una gran tradición. Contenta por festejarlo, Tessa había insistido mucho en disfrazarse de Caperucita Roja. ¿Por qué? La historia le gustaba mucho, bueno, la versión original era violenta, cruel con una moraleja. A pesar de su corta edad, la niña la conocía de memoria y sabía que no debía de hablar con extraños ni dejar llevar por los hombres malos que solo veían un interés morboso en las niñas pequeñas.

Sacudiendo la cabeza, Tessa se puso su capa roja sobre el cabello, tomó su canasta con dulces, pastelitos y néctar, la niña salió de la casa con sus padres para ir a Atenas, no muy lejos de su lugar de origen. En aquel lugar era el único sitio de toda Grecia donde tenían un poco de la cultura norteamericana. El lugar estaba adornado de manera tenebrosa, había calabazas con caras terroríficas por todos lados, fantasmas colgando de los árboles y techos que estaban cerca al escenario donde se presentaría una obra de teatro, o algo así le habían explicado sus padres. Querían que Tessa tuviera una cultura artística muy grande, no por nada llevaba dos años en danza y apenas había ingresado a las clases de canto.

Observó atentamente el lugar y las posteriores escenas de la obra, sin comprender mucho, pues en muchas ocasiones tuvo que preguntarles a sus padres de que iba el asunto. Aunque a decir verdad prestaba mucho atención porque los dos protagonistas de la historia eran atractivos. La mujer era bellísima, actuaba como si hubiera nacido para interpretar el papel de Giselle, además de que lo hacía sin esfuerzo y de manera natural. Y él. Nunca había visto alguien como él en escena. Ni siquiera como sus profesores, nada que ver, él era todo un profesional, haciendo de la obra, la mejor de trágicos amantes que había visto alguna vez en su corta vida. Aplaudió, emocionada, imaginando que cuando ella fuera grande, podía hacer las mismas cosas grandiosas que ellos, o que podría compartir créditos con el protagonista masculino.

Un sueño de niña, ilusiones que ella se hacía. Con la ovación del público, los bailarines entraron en escena para recibir los aplausos y las flores por su excelente trabajo. Tessa se dirigió con sus padres a la zona de la feria, había juegos mecánicos, casas del terror, ritos funerarios griegos tradicionales y además se podía pedir el típico “dulce o truco”. Corrió entre la gente, perseguida por sus padres. Silas y Finnick iban detrás de ella, tratando de no perderla de vista, pero la pequeña Tessa era más rápida y más fácil de perder de vista, porque al parecer no había sido la única niña con intenciones de ir de Caperucita Roja. Mientras andaba por ahí, pidiendo dulces a los adultos, comía pastelitos hechos por ella misma. Tenía hambre y por eso llevaba tanta comida en su pesada canasta, pero no le importaba con tal de tener rica comida a la orden.

Pronto se alejó de la civilización, el bosque comenzaba a acercarse a ella o más bien ella al bosque. El lugar era frondoso y verde, sin embargo, para esas horas, cuando la noche caía sobre Atenas. Sin estar consciente realmente del peligro que corría o quizás sí, pero más bien guiada por la curiosidad, Tessa ingreso a al bosque, brincando tiernamente, sosteniendo su canasta con fuerza. Se le ocurrió la idea de hacer un picnic. Feliz, se adentró en el bosque, volviendo a su mente el cuento de Caperucita Roja. ¿Habría lobos en el bosque? ¿Gente mala? Miró a su alrededor, pero el lugar parecía tan tranquilo y hermoso que ella no imaginó que alguien pudiera interrumpir la paz del lugar. Los ruidos naturales de bosque eran música para sus oídos y se relajó al instante. Se sentó a las raíces de un árbol, poniendo la canasta a un lado de ella y sacando otro pastelito y algo de néctar. Disfrutando de su pequeña aventura.

La quietud del bosque fue interrumpida por pasos a su izquierda. Alguien se aproximaba a ella y por el sonido de sus pisadas, venía con ritmo. Había desarrollado un oído fino y perfecto para la música. Sin levantarse de su lugar, evaluando la posibilidad de que fuera algo peligroso, Tessa se escondió detrás del árbol, junto con su canasta y observó cómo un hombre con chaqueta roja entraba al bosque, absortó en su mundo pues llevaba los auriculares puestos. No sabía qué hacer, pero todas sus dudas se fueron cuando vio su rostro. ¡Era él! El bailarín de la obra estaba ahí y Tessa se emocionó.

— ¡Albrecht!—chilló para llamar su atención y dejando la canasta en el suelo, corrió a interceptarlo y captar su atención. De seguro, con su disfraz, se veía adorable.
Q. Nymeria Rogers
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Mensaje hechizo realizado Jue Dic 24, 2015 10:59 am


I can’t stop this feeling Deep inside of me, girl, you don’t realize what you do to me~

La música sonaba a todo volumen en sus orejas, haciendo que sus tímpanos vibraran con la misma fiereza que su corazón. Cada paso que daba era más largo y fuerte que el anterior, clara muestra de su desesperación por salir de escena y perderse en lo más profundo de aquel bosque. No volteó atrás, no prestó atención a si alguien lo seguía, lo veía, lo reconocía o nada por el estilo. Ignoró a la gente y con diestros pasos, propios de una persona como él, que no solo tenía la habilidad de un bailarín, sino los innatos movimientos de un animal, comenzó a correr en el bosque, saltando ramas, esquivando raíces y piedras demasiado grandes.

Cuando por fin se encontró a sí mismo rodeado de árboles, suspiró aliviado. Debía de adentrarse un poco más por seguridad, pero al menos se sentía más tranquilo al saber que no se iba a volver un monstruo en medio de una multitud de personas confundidas e inocentes que bien podía terminar heridas por su negligencia. Odiaba aquella situación. Odiaba desde lo más profundo de su ser el tener que estar siempre ocultándose para no lastimar a los demás. No obstante, él había decidido vivir de aquella manera y no se arrepentía. Era quien era gracias a esas decisiones que para bien o para mal lo habían vuelto el hombre que era.

El reproductor de música se apagó repentinamente porque la pila se acabó y él permaneció parado ahí, en el bosque, observando el cielo nublando y temiendo porque la luz de la luna lo fuese a alcanzar, causando así que la transformación fuese más rápida y más violenta. —¿Escúchate aullar a la luna azul? ¿O has visto a un lince sonreír? ¿O unirte a la voz de las montañas? ¿Y colores en el viento descubrir? Y colores en el viento descubrir —comenzó a cantar, recordando la canción de Pocahontas, al tiempo que sentía como algunas hojas le golpeaban el rostro por culpa del viento—. Corramos por veredas en el bosque, probemos de esos frutos el sabor, descubre que riqueza te rodea, sin pensar un instante en su valor —siguió tarareando, dejando permitiendo que sus signos vitales volviesen a la normalidad después de aquella carrera y toda la ansiedad que lo había golpeado al saber lo que le esperaba aquella noche. Sin embargo, cuando pensaba que todo iba a estar bien, escuchó una voz a sus espaldas.

¿Quién? —se giró confundido y visualizó entre los arboles a una pequeña niña. Se le quedó mirando estupefacto, con los ojos fijos en ella y el miedo de nuevo lo invadió. Era una cosita de no más de siete años, de enormes ojos claros que se notaban en aquella oscuridad y una brillante cabellera rojiza que se confundía un poco con el disfraz de Caperucita Roja que llevaba puesto. Se veía adorable, no lo iba a negar y por la forma en la que lo acaba de llamar, seguramente se trataba de alguna espectadora del ballet, lo cual era todavía más lindo. Desafortunadamente la situación no estaba como para que él sonriera, la tomara de la mano y la llevara de vuelta con sus padres.

Instintivamente retrocedió un paso y miró alrededor. ¿No se había metido lo suficiente en el bosque? ¿O que tan perdida estaba la niña? Volvió a mirarla fijamente y tragó saliva. El corazón latía fuertemente de nuevo, casi como si se le fuese a salir del pecho. —¿Estás perdida? —fue lo primero que pudo pronunciar en un griego muy básico.
Cole W. Trudeau
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Mensaje hechizo realizado Mar Dic 29, 2015 8:20 pm


Ella se acercó rápidamente al bailarín con sus típicos pasos de bailarina –tan elegantes y sofisticados que casi era imposible que una niña de su edad tuviera aquel andar-, tratando de no tropezarse con las ramas de los árboles. Usualmente, sus padres le decían, le repetían de manera incansable que no hablara con extraños, que se alejara de cualquier persona desconocida porque podía hacer daño o querer llevarse y apartarla de sus padres. Sin embargo él no era un desconocido. Lo había visto en la obra de que había presentado con anterioridad y eso lo descartaba, ella lo conocía.

Además, dudaba que él pudiera hacerle daño a una niña inocente como ella. Lucía adorable con su disfraz de caperucita roja y sería un crimen lastimarla. Le sonrió, acortando la distancia entre ellos. El hombre había estado cantando en otro idioma, quizás era inglés, no estaba muy segura. En ocasiones su padre hablaba así, pero ella no entendía mucho pues su lengua materna era el griego y apenas estaba aprendiendo a hablar el inglés, así que estaba inseguro. Rezaba porque él supiera algo de griego para que la conversación fuera más fácil.

— ¡Hola!—saludó cuando estuvo más cerca, haciendo una reverencia cual princesa bailarina—Soy Qetsiyah—se presentó en griego con una gran sonrisa en sus labios, observando al hombre. Sí, probablemente Tessa era demasiado pequeña como para fijarse en alguien, pero no era tonta y aquel hombre era muy guapo y joven. Tenía unos ojos muy bonitos que hipnotizaban a la niña, era como mirar la cosa más bonita en ellos. Se sonrojo, ¿cómo podía pensar eso? No estaba segura, pero tendía a ser así.

Escuchó la pregunta, un griego con acento, y sonrió con ternura porque él chico se estaba tratando de comunicar con ella—No, yo conozco el bosque como la palma de mi mano—trato de ser lo más clara que pudo. Trataba de recordar cómo hablar en inglés pues su padre le había enseñado un par de cosas básicas aunque no estaba segura y le costaba pronunciar las palabras—¿Tú estás perdido?—preguntó de vuelva, pues seguramente no era de por aquí, ni siquiera del país. Se acercó un poco más cuando vio que retrocedió. No entendía porque se alejaba de ella. Quizás su presencia le incomodaba y ella agachó la mirada.

— ¿Cómo te llamas? ¿Estás bien?—preguntó mirándolo de reojo. Ella observó el lugar y miró al cielo, percatándose que en poco tiempo saldría la luna llena en su máximo esplendor.

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Mensaje hechizo realizado Dom Feb 07, 2016 4:33 pm

Apenas la observó caminar, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. ”Es bailarina” pensó sin temor a equivocarse por la manera tan graciosa y agraciada con la que movía sus piececitos al andar. Llevaba demasiado tiempo en la industria como para saber a simple vista quienes llevaban toda su vida practicando danza y quienes pretendían hacer milagros a una edad ya avanzada. Por lo general, aquellas bailarinas que comenzaban a practicar desde muy jóvenes, tenían la mala costumbre de no caminar como “las personas normales”, así como les pasaba también a las modelos de pasarela, que se les volvía una costumbre poner un pie frente al otro.

Hola —contestó, sintiendo ternura por aquella pequeña que tan inocentemente se acercaba a él con aquel disfraz de caperucita roja. Hasta cierto punto sentía que era una ironía, siendo que él era el lobo feroz que no tardaría mucho en perder el control. Lo notaba en su interior. Su cuerpo estaba tenso. Sus signos vitales se estaban acelerando a tal grado que cualquier humano común y corriente ya hubiese sufrido un infarto. Su sistema se estaba preparando para la transformación y aunque quisiera ser amable con esa dulce pequeña, era demasiado peligroso seguir cerca de ella—. Tienes un lindo nombre —replicó, haciendo uso del poco griego que sabía.

Miró a los alrededores, sin ocultar del todo su desesperación por huir y luego le sonrió, sin estar muy seguro de si le había entendido bien o no a la pequeña. Al parecer no estaba perdida, sino que… ¿le había pasado algo en la mano? No. Negó con la cabeza, eso no tenía sentido. Más bien había dicho que conocía el bosque como la palma de su mano. —Es peligroso que una niña tan linda y pequeña esté sola aquí —comentó lo mejor que pudo, sintiendo algo de frustración de que la conversación no pudiera fluir tan bien como a él le gustaría pues su conocimiento del idioma era muy limitado—. No estoy perdido, estoy solo… digo, quiero manos… no, lo que quiero decir es… es…—balbuceó sin recordar las palabras que se debían de usar. Estaba perdiendo la concentración y se llevó las manos a la cabeza como si de repente le doliera.

“No es buen momento” repitió mentalmente, una y otra vez, esperando que eso le sirviera para apaciguar a la bestia que amenazaba con salir en cualquier momento. ¿Qué iba a hacer si el cielo se despejaba y el resplandor de la luna detonaba en el su lado animal? Los hombres lobo tenían la mala costumbre de destrozar todo a su paso y con la fuerza que poseía, era cuestión de segundos para que lastimase a la niña. No quería ni siquiera imaginarlo. Era demasiado linda, frágil e inocente como para pensar en lo que sus garras y colmillos le podían hacer. Ella no tenía la culpa. No se merecía salir lastimada por estar cerca de la persona equivocada en el momento equivocado.

Respingó por su pregunta y siguió retrocediendo, hasta que su espalda chocó contra un árbol. —Mi nombre es Cole Trudeau —se presentó también, inclinando ligeramente la cabeza a forma de saludo—. Deberías de ir con tus padres —aconsejó, al tiempo que miraba el cielo y notaba como las uñas comenzaban a crecerle de forma dolorosa. Las transformaciones eran siempre una pesadilla. Incluso con la poción, no había forma alguna de evitar el sufrimiento, pero al menos tenía como consuelo que sufría solo, sin hacerle daño a nadie. Desgraciadamente esa no era la ocasión. Se transformaría sin poder evitarlo y como no se alejara de la pequeña Qetsiyah, terminaría lastimando a una inocente y hermosa criatura que ni siquiera tenía vela en aquel entierro.

Este sería el momento perfecto para que apareciera un purista y me matara —murmuró en inglés para sí mismo, enterrando las garras en el tronco del árbol. Se estaba esforzando por combatir la maldición lo más posible, pese a que en el fondo sabía que no le iba a servir nada. No importaba lo que hiciese por mantener su racionalidad. El animal tomaría control de él y su humanidad se iría al carajo.
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