I need to do this ~ Priv. Tara

Aquella mañana de lunes el CEO de la Corporación Blackwood llegó con unas ojeras difíciles de disimular, un café expreso en la mano y un humor de los mil demonios, tanto que ni siquiera se molestó en devolver el saludo a la amable recepcionista que siempre le recibía con una sonrisa. Andrew Blackwood, dueño y director principal de aquel lugar, había pasado una de las noches más detestables de su vida tras tener por fin armada la historia de lo que había sido de la vida de su querida Silenia.
 
 
Las puertas del elevador se abrieron frente a él, dándole el acceso exclusivo al último piso del edificio, donde estaba su oficina y donde por regla general sólo podían entrar él o Tara, pues de lo contrario el ascensor se detenía un piso abajo gracias a un hechizo de protección. El hombre rubio caminó por la enorme estancia, dejó su café sobre el escritorio de resistente cristal donde había ya un montoncito de papeles apilados que requerían su atención. Se desabrochó el botón del saco y se dejó caer sobre su silla de cuero negro, reclinándose ligeramente hacia atrás, girando para darle la espalda al trabajo por unos instantes y contemplar la vista del gran ventanal que tenía detrás. Desde ahí tenía una vista privilegiada de Sydney, incluso podía ver la casa de la ópera.

Sensación rara. Ese fue el primer presentimiento de Tara Rinehart cuando colocó un pie en la Corporación. Respiró hondo y saludó con un gesto a la chica de Recepción que estaba sonriente como siempre, con un suave tono de voz preguntó por su jefe directo el cual aún no había llegado a esa hora temprana. ¿Sería que ella había llegado exageradamente temprano? De todas maneras eso le daba la libertad de arreglar todos los papeles que tenía preparado para ese día, desde los pergaminos en verificaciones de unas contrataciones del rubio a propuestas que bajo su aspecto, se podía tomar un par.

Se estuvo un rato verificando cada hechizo que había sobre la Corporación como una rutina tacita de revisar todo como había hecho con Andrew. Después de un rato un hecho de aviso le alertó la presencia del rubio. Tomó aire unos segundos al ir por un café, que también se le había vuelto rutinario para la primera charla de la mañana, a veces era el primero o el segundo del hombre pero era una costumbre no llegar con las manos vacías a la oficina. El elevador la llevó al último piso, con una sonrisa amigable sus pasos resonaron por el recinto cuando se acercó a la oficina donde entró con cuidado. - ¿Puedo entrar, Señor Blackwood? – preguntó en un sonido casi apacible y amigable. Después de dos segundos su intuición femenina se activó unos momentos. Torció el gesto dejado la otra taza al lado de la que el rubio ya tenía.

- ¿Andrew? ¿Sucede algo? – preguntó preocupada desde su lado del escritorio sin sobrepasar el límite. Aun cuando eran empleada/jefe, ellos había desarrollado una amistas que muchos creían imposible por el carácter del hombre, y no lo iba a negar, a veces tenía un carácter muy… Especial. Pero también se valía que Tara desde el primer momento se supo dar a respetar y obtener su lugar en la empresa, por eso también era que sabía cómo sobrellevarlo.

Con un leve movimiento vio los pergaminos y documentos que no habían sido tocados, arqueo las cejas lentamente y se balanceó unos segundos en sus pies. Hacía un tiempo el otro estaba con una actitud un tanto extraña pero no había preguntado por respeto de privacidad por el otro, una que ella misma protegía con uñas y dientes por el bien del mayor y la empresa. Pero eso no refería a que no se preocupara con Blackwood. Respiró hondo y en silencio para esperar.

Durante años había guardado ilusiones, como ¿qué haría cuando volviera a ver a Silenia? ¿Le seguiría amando cómo él a ella? ¿Se habría casado con otro, pensando que él se había olvidado de su promesa? Honestamente hablando, Andrew se había preparado para diversos escenarios, desde lo más prometedores hasta los más devastadores. Sin embargo, la muerte no era una opción que hubiese llegado a considerar. En esos momentos se sentía confundido, perdido e impotente… si, impotente, una palabra que a ningún hombre le gustaba usar, pero era verdad en esos momentos. ¿Qué podía hacer? Sin importar lo que pensara, lo que maldijera, lo que pagara, lo manipulara o lo que sea que hiciese, Silenia no iba a volver a la vida.

Escuchó ruido a sus espaldas, apenas prestándole atención a la puerta que se había y era acompañada por una voz familiar que le pedía permiso para entrar. —Adelante —respondió sin voltearse, pues sabía de sobra quién era la persona que acaba de entrar a su despacho. De hecho, únicamente por tratarse de ella es que la había dejado entrar, por mucho que se le antojara estar solo en esos momentos. Necesitaba poner sus emociones en orden. Aunque, pensándolo dos veces, hablar con Tara podía ayudar. Su relación era meramente profesional, pero con todos los años que llevaban trabajando juntos, le tenía suficiente confianza como para saber que la mujer no correría a la prensa a decir sus intimidades.

La pregunta preocupada de Tara no se hizo esperar y aunque él pudo simplemente negar con la cabeza, decirle que no era nada y que era tiempo de comenzar a trabajar, decidió hacer todo lo contrario. —Suceden muchas cosas —asintió, girando en la silla para finalmente encarar a la mujer y suspirar, mostrándose tan vulnerable como cualquier otro mortal, en lugar de mantener ese semblante estoico y frívolo que tanto le caracterizaba—. Tara, sabes que confió mucho en ti, ¿verdad? Y que todo lo que te diga siempre debe de quedar entre nosotros —comentó con naturalidad, tanteando el terreno antes de comenzar a hablar realmente, pues siempre había sido demasiado receloso con su vida personal, incluso esos investigadores que trabajaban para él no sabían en realidad para quién estaban trabajando. Un hombre como él no podía dejar que el mundo supiera que tenía debilidades, cosas con lo que lo podían manipular, chantajear o estafar.