When I was your man [Doutzen Von Tesse]

La nada se cernía sobre él como una neblina gris. Una parte recóndita de su mente se preguntaba si no debería sentir algo, lo que fuera. Algo más que ese insoportable dolor de cabeza. Era como si le hubiesen partido el cráneo al medio para llenarlo con miles de cristales rotos que lo arañaban por dentro. Cristales de punta afiladas que se clavaban más profundo cada vez que se giraba o se acomodaba sobre la superficie blanda en la que estaba recostado. Probablemente estuviera soñando, porque se sentía desconectado de sí mismo. Igual que una conciencia que flotara en un mundo atemporal. Escuchaba voces a su alrededor, oía los pasos de las personas que iban y venían dentro de la habitación, hasta notaba el calor de las manos que le tocaban la frente o le acariciaban el cabello. Pero nada más. El aturdimiento adormecía casi todos sus sentidos, era incapaz de recordar donde estaba y que le había pasado.

—No tardará en despertar, pobre niño. Es uno de los pocos que logró sobrevivir. Los mataban de hambre y los torturaban sin ningún tipo de piedad  —comentó una mujer con desaprobación y pesar. Pero él no entendía de qué hablaban, se limitaba a flotar en un limbo de sensaciones confusas. —Dicen que el grupo de búsqueda liderado por el profesor Enduro fue quién los encontró. Estaban famélicos y muy débiles. La chiquilla pelirroja, la Weasley, casi muere.

Un par de recuerdos bailaron en las retinas del muchacho que oscilaba entre los límites de la conciencia y la inconsciencia: un cabello rojo como el fuego, la máscara blanca y negra que le apuntaba con una varita y la sensación de unos labios húmedos, desesperados, que se apretaban contra los suyos.

—Fallecieron dos niños y un adulto. Es una tragedia —concluyó la voz. Los sonidos, antes inteligibles y los aromas empezaron a tomar forma y color. El aire estaba perfumado por el desinfectante para los pisos y además, sus fosas nasales se vieron invadidas por el olor a hierbas del medicamento que empapaba las vendas que le rodeaban el abdomen y los brazos. Blaine tuvo la certeza, sin saber cómo, de que se encontraba en la enfermería de Hogwarts o quizás en la clínica de San Mungo. ¿Por qué?

Se movió imperceptiblemente hacía un lado y un latigazo de dolor le recorrió la espina dorsal. Escuchaba las voces, sí, pero no sabía a quienes le pertenecían. Las palabras que  llegaban a su mente no le evocaban ningún significado. Como si fueran parte de un lenguaje extraño que era incapaz de reconocer.

— ¡Está despertando! —una voz diferente a la anterior le perforó los oídos. Blaine abrió los ojos con lentitud para que la luz no le hiriera las retinas. Poco a poco, como si le costará un esfuerzo considerable. Las personas que rodeaban el camastro donde estaba recostado se veían desenfocadas, era imposible que reconociese sus rostros o sus facciones. Quizás eran las enfermeras que trabajaran en Hogwarts o los profesores.

— ¿Qué ha pasado? —su voz le sonó ajena, casi irreconocible. Le dolía todo el cuerpo, igual si lo hubiesen apaleado, cada músculo y cada terminal nerviosa. Sus ojos se fueron acostumbrando a la claridad y no tardó mucho en enfocar los rostros de quienes lo rodeaban: sólo reconoció un rostro de facciones delicadas —¿Qué haces aquí, Von Tesse?