Funny Situation

Esta tarde había sido una muy movida. La excitación por el juego de quidditch de mañana no permitía que las clases corrieran con normalidad. No importaba quienes fueran los equipos que se enfrentaban, la excitación flotaba por los aires. !Era el deporte mágico mas importante! ¿Cómo no emocionarse? Y sobre todo, eran los equipos de nuestras casas los que se enfrentaban; no era para menos que la emoción fuera tanta. Esta vez se enfrentaban Gryffindor y Ravenclaw. Por lo que la sala común estaba llena de chicos que comentaban sobre el juego y las cosas que teníamos a favor. Para mi, no solo era pura emoción por el deporte, los compañeros de mi casa, me animaban con su entusiasmo.

Sin embargo, yo no era muy amante a volar en la escoba. Me gustaba, no iba a negarlo, el simple hecho de hacerlo parecía sacado de una película y la sensación era increíble, pero no era una fanática del vuelo. El mito sobre las brujas y las escobas era fascinante, y era genial saber la realidad y poder hacerlo, pero no significaba que por muy normal que fuera en el mundo mágico dejara de verlo como un deporte extremo. No había seguridad en el vuelo, ni tampoco en el quidditch. Era algo brusco, y hasta divertido, pero no hecho para mi. Ya lo había probado con la primera clase.

Y como no era mucho para mi, no tenía mucho que aportar. Además resultaba de esas conversaciones donde la gente hablaba unos sobre otros y no se daban tiempo para escucharse. Una persona como yo, se veía mas silenciada de lo normal en esas conversaciones. No tenía de que sostenerme y aportar. Por ello salí de la sala común y fui directo al Gran Comedor a esperar la hora de la cena. Faltaba poco, por tanto habían bastantes personas.

Me senté en el extremo de la mesa de Ravenclaw y saqué mi libreta de notas. Pase algunas páginas donde mis garabatos no tenían sentido, pues eran fragmentos de una conversación pasada. Entonces, llegué a una página que Artie había tomado. Era un dibujo mio, de perfil, mirando a la distancia. Un mechón de pelo rosaba mi mejilla y aunque no me consideraba bonita, ni nada por el estilo, en el dibujo había cierta belleza que me gustaba. Solo así podía ver que tanto me parecía a mi madre, y lo hermosa y sencilla que era ella.
Sonreí de medio lado con el recuerdo y deslice mi mano por el mechón como si deseara removerlo y ver el dibujo completo. No era posible, pero casi se sentía como que si.

Estaba nerviosa. La pequeña Lucille, a sus apenas once años estaba nerviosa y emocionada. Los primeros días no le habían ido tan bien consiguiendo amigos y se preguntó si las cosas mejorarían o si era algo suyo. «Puede que tenga la culpa, debo haber hecho algo mal» Se lamentó en su interior, sin sospechar de que, en realidad, solo había tenido una pésima suerte. Como todos, los comienzos en un lugar nuevo y desconocido le eran difíciles, sin importar cuánto (y era mucho) pudiera agradecer la presencia de su hermano ahí. Sabía que, inclusive si las cosas iban mal o todo enloquecía, sin importar si nadie llegaba a hablarle nunca, Jude estaría ahí, y eso siempre era un consuelo.

Los nervios le habían complicado las cosas, y a aquellas alturas la pequeña pelirroja no tenía idea de cuánto mejoraría. A pesar de su emoción por el partido, donde esperaba le fuera un poco mejor, estaba algo apesadumbrada. Pero su semblante se mantuvo alto, y su cara hizo su mejor esfuerzo en mostrar la indiferencia. Cantó por lo bajo, dirigiéndose a la mesa de Ravenclaw del comedor, las canciones de los Beatles que su padre le cantaba de pequeña siempre antes de dormir, como método para tranquilizarse, y avanzó con su paso más seguro, observando la magnificencia del salón. Hogwarts, aquel enorme y complicado castillo, con sus pasajes interminables, sus vueltas curiosas y complicadas y sus jardines espaciosos y deslumbrantes, todavía no terminaba de impresionarla.

Decidió sentarse por el final de la mesa, al lado de la niña de la sonrisa y los ojos amables y bonitos. No estaba segura, pero aunque parecía muy simpática, le pareció tímida también. No hablaba mucho, por lo que podía decir, y siempre llevaba aquella libretita encima, Lil no sabía por qué. Pudo ver, de reojo, un dibujo de ella misma, y se preguntó si sería un autoretrato o cosa de alguien más. Para no parecer metiche, no preguntó. Intentó parecer de lo más tranquila posible, sin ser consciente de que sería cantando por lo bajo aquella canción. En cuanto lo notó, se obligó a callarse. Miró a la niña, intentando esconder su timidez. Su piel era blanca y su mirada seguía teniendo aquel toquecito amable que le recordaba un poco a su padre; su cabello contrastaba completamente, en aquel tono tan oscuro y Lucille supuso entonces que ella debía de estar mucho mejor, sí. Los chicos como ella... Los chicos simpáticos por naturaleza, de los que saben acercarse y tienen esa clase de habilidad para llevarse bien con todos, como su hermanita. Pensó, equivocadamente, que Gea lo tenía más fácil. Y no más de un instante después tuvo el presentimiento de que se llevarían bien, aún si no llegaban a ser amigas, o si a la niña de los ojos amables no le interesaba en absoluto, se llevarían bien.

Se decidió a hablarle. —Hola, soy Lucille —La canción seguía repitiéndose en su mente, como un mantra contra los nervios  y  el miedo que la azotaban—Eh... — «¡No titubees, no titubees!» se repetía mentalmente, en un colapso de las frases con la canción. —Me gusta tu dibujo, ¿Lo has hecho tú?

No me había percatado de que mas personas habían comenzado a juntarse a mi alrededor. O mas bien, una persona se había sentado a mi lado. No fue hasta que se dirigió directamente a mi, que me di cuenta de su presencia. Levante la mirada en su dirección con una sonrisa en el rostro. Era muy dulce de su parte creer que yo pudiera hacer un dibujo como ese. Ya quisiera tener semejante talento, por lo que le respondí negando con el rostro. Lamentablemente no, no era un dibujo mío. Era yo, pero no era mi arte. Le envidiaba eso a Artie. Si en un futuro se dedicaba a la pintura iba a tener éxito sin dudarlo.

Pero sabiendo que no podía decirlo todo eso, pase la página. Le indiqué que esperara un segundo y saque entre uno de mis bolsillos mi lápiz. Le di una mirada rápida, y la reconocí de mi curso. Sabía que era de Ravenclaw, porque como yo había pasado por la selección en septiembre y mas que eso, la había visto en clases. Todo eso saltando lo que era obvio; estaba sentada conmigo en la mesa de las águilas. También estaba su hermano en Ravenclaw, del cual no recordaba bien su nombre. En Hogwarts llamaban a todos por sus apellidos, lo que me costaba reconocer a la gente por sus nombres. Podía saber sus apellidos, pero a muy pocos les sabía el nombre. En parte porque no tenía contacto directo con ellos. Muchos no conocían mi condición aún y eso me hacía poco social.

Con las chicas si lograba recordar sus nombres. Especialmente las de mi curso, porque en las habitaciones habían cinco, y con el resto, tampoco era que fueran demasiadas. También porque las escuchaba hablar entre ellas en ocasiones. Casi parecía ser la mas tímida de todas, pero se resumía a que ninguna iba a entenderme sin la libreta. Tampoco había tenido mucha oportunidad. De hecho era la primera vez que podía decir que Lucille Rosser y yo estabamos "a solas" para conocernos. La cuál por cierto, también era de las mas tímidas.

Escribí en mi libreta lo mas rápido que pude para que no pensara que la estaba ignorando o algo así. Ya me había dado la situación y la gente malinterpretaba todo. Algunos eran incapaces de comprender como Hogwarts me tenía como alumna. Casi todos tiraban las mismas preguntas luego de saberme muda, y de hecho durante algunas semanas había andado con unas hojas que resumían todo eso para que cuando viniera un curioso, solo darle la nota y ahorrarme las mismas preguntas.

Le escribí. Espere que leyera la nota, y volví a dejarle un mensaje.


Espere con una sonrisa. Luego me señale a mi misma, toqué mi boca y negué con el rostro. Para la gente común solía ser un mensaje mas o menos claro. Por eso lo usaba a menudo de esa manera, aunque no era correcto en el de señas. Mi madre solía decirme que debía aprender también como la gente movía su cuerpo al hablar, porque me daba mas chance de que pudiera expresarme en formas breves con quienes no entendieran señas o en caso de que no tuviera mi libreta encima.