Inside of my obsessive mind -Blaine Zabini.

Llevo mi infierno personal escrito a pulso, grabado en mi piel agrietada.

Ha conformado mi equipaje; a veces un lastre en forma de años, cadenas que me han acompañado desde el principio. Ha detentado y configurado drásticamente mi visión, mi lenguaje, mi razonamiento, mi vida interna y, en definitiva, mi mecánica mental. La raíz de mis inseguridades, mis contradicciones. El monstruo que se escondía bajo la cama.

No sé si esto me ha hecho ser lo que soy, o si ser lo que soy me ha hecho esto. Pero es parte de mí. Hemos crecido juntos.

Echo la vista atrás. Siempre era otoño, y caían las hojas del calendario.

En mí no hay tregua. Recuerdos que se afilan y me embargan.

Me hace fuerte y me hace débil, incluso al mismo tiempo. Me arrebata cada segundo de cada mañana. Sólo me libera de vez en cuando, entre sobredosis de tinta afónica e indeleble. Entre demonios  que no entienden por qué gritan, ni a quién obedecen realmente. Cuando el mal tiempo crónico cala en mí, y mis piernas flaquean. Preguntando sin esperar respuestas.

Me persigue, recorre mis calles, me reta ante el espejo. Y sólo dejaré de temerle cuando deje de temerme a mí. Porque, de hecho, ése monstruo soy yo. Siempre lo seré.

Lo que logra opacarme y golpearme la mirada es exactamente lo que la hace brillar. Con el tiempo se ha convertido en mi nombre.

Soy lo que me hace daño. Este es mi estigma; como una marca de nacimiento.

Creo entenderme, saber qué me pasa, pero lo mío no es más que autosugestión. Construyo respuestas convincentes para calmar mi sed de preguntar, a modo de anestesia mental. Intento comprender algo de mí que aún no existe. Me conozco y me desconozco.

Lucho contra mi propia inercia. He diseccionado mis esquemas, mis malos hábitos mentales; sé cómo ponerles fin y siempre aseguro intentarlo. Pero una parte de mí se aferra a ellos como uno de los pilares que sostienen mi identidad. Contradicción constante.

Me fui construyendo como el antítesis de todo lo que conocía, de todo lo que despreciaba. Si he sido víctima de alguien, lo he sido de mí mismo. No sé de dónde nacen mis fantasmas, pero siempre me he visto en la necesidad de recorrer sus pasos. Mis calles.

Seguiré creándome, escribiéndome y retándome, alimentando este retorcido amor/odio que siento hacia mí mismo, seguiré alzando rascacielos mentales, pero esta vez no sólo pensando, también viviendo.

Éste es el primer punto y a parte.

Para lo bueno y para lo malo.

Yo soy mi obra.

Es un tedio vivir conmigo mismo. Es lo único que tengo claro. Lo demás es difuso. Soy un extranjero dentro de mi cuerpo.  Tengo la sensación de que cuanto más me conozco más creo desconocerme.  Cuanta más información más incertidumbre, cuantos más matices más ambigüedad, más contradicciones. Vivo por dentro pero hacia afuera. No puedo verme, así que construyo una imagen, un esquema de mis procesos, de mi vida mental. Busco patrones, fórmulas que se repitan. Examino mi mecánica, mis hábitos y mis reacciones y de algún modo escribo un manual de instrucciones sobre mí mismo.

Pero por mucho que hable conmigo y por mucho que me analice, algunas veces me pierdo y otras muchas no quiero encontrarme.

Cada centímetro de mí clama por escapar de esta barrera arquitectónica. Impotencia; tantos demonios se anudan en mi garganta que me estoy quedando afónico. Otra vez, sin posibilidad de escape.

Rostro febril y mirada demacrada. Desafiante y esquiva. De expresión acorazada y carácter irascible.Toneladas de rabia y frustración, delirante y hambrienta electricidad canalizada por las malas. Corazón cansado de nacimiento: implacable, retorcido.

Aún intento entenderme, retratar cada estado mental; verbalizar cada intuición, esa obsesión por entenderme. Por callar. Por dejar aflorar lo que sé que habita en mí.

Ciertas situaciones en la vida nos ponen a prueba, nos evalúan con crueldad, permitiéndonos discernir en realidad hasta qué punto somos humanos. Terminar con una relación (de cualquier tipo) es siempre una de ellas: ¿qué resulta en última instancia más humano: dejarse arrastrar por la compulsión, seguir abrazados al cadáver ponzoñoso de lo que en algún momento nos proporcionó felicidad…o por el contrario, elegir cuando termina todo?.

Los animales se resignan, luchan con toda su intensidad por algo que son incapaces de entender y luego, agotados, mueren; nosotros somos capaces de ser diferentes, debemos serlo, estamos obligados a elegir (nuestra humanidad es lo que nos va en ello). Eludir la elección, apelar a la propia debilidad o a Dios para continuar recreándose en el autoengaño es algo verdaderamente humillante para quien está condenado a ser libre (y tarde o temprano lo pagará, doblemente, pues sabrá que fue demasiado débil para intentar acabar con su propia desgracia).

Decidir con firmeza es una opción; “Si puedes, debes”, y es bien sabido que siempre puedes. En este aspecto la amputación física es una lección de supervivencia; la actitud de empuñar el filo, escoger el dolor y decir: “estaba incompleto, pero termina aquí. Termina aquí porque yo lo he cortado”. Actuar y desechar las dudas y las añoranzas de futuros que nunca pudieron ser es la auténtica senda para la conservación del orgullo. Para permanecer fuertes, para no dejarnos arrastrar por nuestras debilidades, por  nuestros sentimientos. Por nuestra naturaleza intrínseca. En todo caso, cuando el dolor es tan fuerte que te sacude como un sismo… ¿quién posee el valor suficiente para seguir siendo humano?

En todo cuanto hago y pienso, en todos mis hábitos mentales y de conducta, hay segundas y terceras intenciones que a veces desconozco. Apenas trasciendo vagamente mi atmósfera, intuyendo las ideas desnudas que no alcanzan a vestirse con palabras. Sólo conozco esa parte de mí que me conoce. Esa cara que se rige por la misma ausencia de valores, que sigue mis dictámenes. Pero sé que existen más, sé que tras mi discurso mental hay altas dosis de hipocresía más o menos encubierta.

Sé que mi naturaleza más recóndita es mi enemiga más silenciosa. Es como estar preso de tí mismo, como si habitara en tu interior un alter-ego calculador e insaciable que juega a mover los hilos de tu mente y confundirte, muchas veces me pregunto si ese alter-ego es una de mis muchas facetas o si soy yo, me he preguntado miles de veces si el yo que conozco no es más que el producto de la ecuación entre lo que cree y lo que quiere ser ése alter-ego. O no.